31 agosto 2006

No sé pensar si no te veo

Hoy me he levantado y he decidido dejar de martillear mi mente con juicios de valor y comentarios mundanos e insustanciales. Hoy no os llamaré imbéciles, porque cada uno sabe lo que es. Hoy al levantarme he sentido que los días ya no serán igual, que la rutina de mi vida se hará aún más rutina. Hoy me he levantado triste y agotado.

Al despertar me he preguntado enfurecido el por qué de esa necesidad innata de dependencia hacia algún semejante. Dependencia que se convierte en una necesidad vital a base de una simbiosis afectiva. Supongo que es necesaria para vivir y sobrevivir a la infelicidad. Cuando conoces a alguien nunca te planteas que a largo plazo la persona que tienes ante ti se pueda convertir en una pieza indispensable de tu vida y tu supervivencia. Que compartirás con ella momentos que no querrías compartir con nadie más, que llorarás hasta desfallecer sin que te falte su consuelo y reirás deseando volver ha hacerlo cada día. Te levantas cada mañana saboreando su compañía, sabiendo que si caes, estará ahí para amortiguar tu caída, que si cae, estarás tú para evitarlo. Te levantas sabiendo que no estás perdido, que vives porque alguien decide desvivirse para ello.

Y llega un día en el que la vida te planta un revés y decide que desde ese instante has de vivir con independencia, arrancando de raíz la “costumbre” diaria de estar a su lado y compartir todo lo que se te antoja, de apoyarte sobre su amistad sin miedo a caer en desgracia y sabiendo que es de lo mejor que te ha pasado en la vida. Así descubres que será difícil tenerle lejos, que has de sobrevivir con fines de semanas y llamadas telefónicas, pero sabes que nada más profundo va a cambiar, que a ese nivel todo va a mantenerse en calma, porque simplemente sería imposible quererle menos y difícilmente quererle más.

Hoy me he levantado triste y he recordado el inicio de una bonita canción: “No se pensar si no te veo, no se oír si no es tu voz…”. Hoy he de decirte que te echaré de menos, aunque eso sea decir poco.

Jesus Díaz

23 agosto 2006

Hacia el Suicidio Colectivo

Mis desgraciados imbéciles. En ocasiones, y en más de las que nos atrevemos a desafiar, nuestro cuerpo y más aún nuestra mente, tienen la necesidad de un golpe de adrenalina que nos aboque al extremo, sin arrojarnos al vacío de forma suicida, pero de forma que nos haga sentir más vivo de lo que ya estamos y salir del coma en el que el día a día nos tiene inmerso. Nada peor que el aburrimiento consentido y la monotonía intencionada. Pero nada mejor que eliminar ese estado que disfrutando de un placebo continuo de música, amigos, risas y alcohol, aunque para muchos tristes de corazón suponga un portentoso desperdicio de células hepáticas, neuronas y días de vida a cambio de unos cuantos días sin fin, que siempre acaban con el desánimo de volver a ser lo que eras, un comatoso deseando despertar de nuevo. Y creanme, todo ello merece la pena, con el hígado cirroso, pero con el alma rejuvenecida, algo que no curan en alcohólicos anónimos.

Supongo que el deseo incontrolable de pasarlo bien no es malo, aunque tampoco lo más recomendado en ciertos casos, ni para la salud ni para el bolsillo. En tal caso solo se vive para dos cosas: Conjuntar adecuadamente el cinturón con el resto de la ropa y pasarlo tan bien como el día anterior, sin excusa alguna. Y día tras día se repiten los mismos pasos que conducen al desenfreno nocturno. Lo mejor, la entrada al garito nocturno. Con la cabeza bien alta, la música sonando de fondo mientras todo se mueve a cámara lenta, ralentizado por cada paso que das, permitiendo así que todos fijen su atención en tu entrada. Eso es lo único que importa. Entonces piensas que esa noche te comes el mundo o al menos a alguien, te miras y no entiendes que has hecho para merecer ese cuerpo. Avanzas entre la multitud y te pones a salvo entre un amigo, una pajita y un gran vaso de alcohol. Es hora de expulsar tu “yo” bueno y aplicar la evolución social de Darwin y que mejor forma para ello que rendirse al alcohol y al deseo de llevarse a la boca algo, que para variar, no sea comida. Hoy estas dispuesto a todo, aunque, al final, todo quede en nada. Entonces llega el momento del “mirón”. Actividad de cortejo que me alivia el deseo de mandarlo todo a la mierda, que me produce una sensación de poder infinita viendo la incomodidad que siente aquel a quien dirijo la mirada o la sonrisa que esboza su alter ego al ver que me fijo en él. Me excita, para que negarlo, aunque el cruce de miradas no conduzca a nada y solo me ocasione gasto en colirio y la vuelta al trabajo de mi fiel compañera “la zurda”.

Menuda noche de la de aquel día. Repitámosla. Y se repite día tras día, sin apenas descanso, enganchado a una música tan repetida que ni escuchas, a unas luces que producen fotofobia y a una bebida de la que ya no distingues su sabor y usas para mantener el estado deseado de inconsciencia. Pero merece la pena, eso sin duda. Tu vida transcurre entre una cama deshecha y el portero de la entrada, con el que la complicidad es tal que te permite saltarte la cola de espera. Entre ambos, una ducha y poco más.

Y al final, todo supera lo imaginado. Lo vivido en esos días se rememora continuamente como una hazaña heroica, donde no existen vencedores ni vencidos, si no ligados, acosados, emborrachados y desesperados por vivir. Entonces te lamentas porque todo vuelve al génesis, porque lo más que te llevaste a la boca fue el cepillo de dientes que evitaba el olor del trasnoche. Vuelves a casa y sientes como tus espermatozoides se suicidan en masa de desesperación, a causa de su interminable encierro. Te miras y te solidarizas con ellos. En ese momento planteas un ultimátum a tu fiel amiga la “zurda”: “nena, o lo hacemos como siempre o te duermo, tú decides.”

Jesus Díaz

09 agosto 2006

Darwin no se equivocaba

Mis indeseables imbéciles. Hace tiempo que me levanto con la sensación de que hacer el bien es una pérdida de tiempo descomunal, o al menos nada recomendado en los tiempos que vivimos. Ser buena persona no se lleva. Y me levanto del mismo modo viendo, como el ser un cabrón si escrúpulos o aparentarlo de forma magistral, atrae, tiene éxito y conduce a un estado de bienestar sin remordimientos que recuerda al mejor de los orgasmos, para quien los haya tenido. Reconozcámoslo, ser mala persona está de moda. Lo contrario es un engaño.

Esta discutible parrafada se me abre en canal al releer “El origen de la especies”, de Charles Darwin, creador de la teoría evolutiva por la que toda especie viviente se rige. La relación existente entre el proceso evolutivo y la maldad humana puede resultar blasfemo para la comunidad científica. Pido la excomunión, pero es algo evidente.

El año de 1831, Darwin, a la edad de veintidós años embarca en el HMS Beagle, un barco de reconocimiento, como naturista, para emprender una expedición científica alrededor del mundo que duraría cinco años. Del 27 de diciembre de 1831 al 2 de octubre de 1836. De vuelta a su Inglaterra natal y con los datos recopilados durante el viajé, desarrolla una teoría evolutiva que revoluciona el mundo científico. Esta teoría explica el proceso de evolución de las especies a través de la Selección Natural, concepto basado en que las condiciones del medio ambiente selecciona ciertas características en algunos organismos que mejoran su supervivencia y reproducción .Y ahí es nada. la naturaleza selecciona a los individuos más fuertes, aquellos que presentan ventajas de supervivencia. Y esto amigos míos me resulta muy familiar. Darwin no se equivocaba.

El hombre, como una especie viva más, evoluciona tal y como Darwin propuso hace ya 150 años. Lo que nuestro naturista no planteó entonces fue que su teoría también era válida para la evolución social de la especie más poderosa y autodestructiva, el Homo Sapiens Sapiens.
Los humanos superan muchas de sus dificultades y alcanzan muchas de sus metas arrastrando y pisoteando a sus semejantes a cambio de una superioridad social y personal que serían incapaces de lograr de forma intelectual y limpia. La naturaleza selecciona a aquellos individuos con características ventajosas para la supervivencia del día a día y con cualidades innatas para la destrucción, la falta de escrúpulos y el acoso y derribo. Porque los que sobreviven son los malos, la vida no es una película de 35 mm. Maravillosa selección Natural. La maldad atrae y la sociedad, como buena madre naturaleza de lo cotidiano, se encarga de seleccionarla. Y resulta hasta cómico que ésta selección actúe, además, sobre aquellos individuos con cierta ventaja en la capacidad reproductiva. Y en este punto me pregunto quién tiene más facilidad para follar, si el bueno de la esquina o el villano del 6ºb.

Lo que hace a una característica más propensa al éxito, para ser seleccionada, depende de factores tan peculiares como los predadores de la especie, y que mejor predador para el hombre que el mismo; el estrés, que el malvado te produce al acosarte; o el medio físico, que excluye a los débiles, a los sanos de corazón, a los imbéciles, a los incautos y confiados, a aquellos que la Selección Natural aparta de la evolución social, porque simplemente no son aptos para alcanzar el éxito en el día a día.

Cuanta razón tenía este Darwin. Ser un cabrón sin sentimientos está de moda, reconozcámoslo. Ser un cabrón sin escrúpulos es ventajoso y para evitar su selección es necesario algo más que buenas palabras. La evolución está de su lado. Hasta entonces yo seré malo. Yo seré seleccionado.

Jesús Díaz

03 agosto 2006

El Arte de la Guerra

Mis añorados imbéciles. ¿Recuerdan la famosa foto del "Trió de las Azores"?. Menuda pregunta, quien la olvida. En el pasado las guerras, los genocidios y los ataques bélicos entre países se planificaban en secreto, a la sombra de los más poderosos, con alevosía y premeditación, pero con un elegante toque de discreción. Esa desgraciada foto supuso un punto de inflexión en el arte de hacer la guerra. En ese instante el belicismo pasó a convertirse en un espectáculo mediático capaz de competir por la mejor audiencia. La guerra se crea a la cara del espectador, sin discreción, con trajes de alta costura, saludos amistosos y en base a razones quijotescas. De todo ello nos queda una guerra que aún continúa.

Desde que nuestros supergobernantes, que no superhéroes, acuñaron como propia la expresión "lucha contra el terrorismo", la guerra se hace más guerra y el terrorismo más cruel. El problema radica en que no es una lucha contra el terrorismo, o más bien sí, pero con una extensa cortina de humo: Ya que mi misión consiste en erradicar el terrorismo y aprovechando que los malvados terroristas se esconden en este país, pues me quedo con él. Me encantaría que hubiese terroristas en las Islas Mauricio. Dado a conquistar, pasemos unas buenas vacaciones. Lo de Israel ya es arena de otro costal: Un grupo armado secuestra a dos de tus soldados a lo que respondes con un contundente ataque aéreo. Joder, son tus soldados, ¿algo tienes que hacer para recuperarlos no?.El trueque ya no está de moda así que la única opción es matar a unos 400 civiles, 4 observadores de la ONU y de paso destruimos infraestructuras, viviendas y hacemos q la población retroceda 20 años de progreso. Eso si, antes lanzamos coloridos panfletos a los civiles avisándoles que se marchen de sus hogares, en los que han vivido toda su vida, hacia dios sabe dónde, porque en un par de horas sus casas serán destruidas. Que detalle. ¿Y los soldados?.Esto es como un juego, tú me secuestras un soldado y yo te lanzo un misil. Y una vez que empieza el juego hay que terminarlo. A ver quien cojones gana la partida. Hezbollah es un sangriento grupo terrorista al que nada se le ha de permitir y al que hemos de eliminar por completo,¿ pero a que costa?, ¿bastan un puñado de civiles?.Y en mi conciencia, más sangre. Y en mi cabeza me martillea la vomitiba expresión "daño colateral", cuando quieren decir asesinato. En el caso de Israel, un pueblo valiente y víctima del mayor genocidio que ha conocido la raza humana, baste un comentario: Síndrome de Estocolmo.

Y mientras la comunidad internacional ciega, muda y sorda. Nos reunimos, votamos y firmamos una nueva resolución contra tanta violencia. Qué más podemos hacer,¿ no?.En fin mis queridos imbéciles, hoy Dios se siente triste y cansado, agotado de ver tanta mierda, y deslizando suavemente su dedo sobre el botón de "el juicio final". Así que no me toquen las pelotas. Salgan a hacer el amor y no la guerra, que para guerras las que hay y para amor todo el que se pueda y más. Viciosillos......

JUSUS DIAZ