18 octubre 2006

Madrid: 39 horas y 23 minutos

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Seis horas de viaje rodeado de extraños da mucho que pensar, más de lo que la mente humana debería. Decidí dormir durante las primeras horas del trayecto, principalmente porque el paisaje que se me ofrecía era una muestra repetitiva del que dejaba atrás y la película que nos pretendía animar el viaje suponía un insulto a mi poca integridad cinéfila. Morfe
o me mantuvo durante dos horas y media. Ya despierto, los amplios campos de castilla. El resto del viaje se me hizo desesperante, a merced del besuqueo continuo y empalagoso de una pareja. Los “muac!!” se me hacían insoportables, pero dejé que continuaran demostrando su amor, a ellos y al resto de los viajeros.



Son las 14:45. La estación Sur es un hervidero de gente. Despedidas, reencuentros, idas y venidas. Un orden caótico. Me siento como en un punto de encuentro mundial, perdido. Kike me espera en la puerta principal, bajo el sol de un Madrid que pisaba por primera vez y que me hacía sentir como un don nadie, como aquel que llega por primera vez a la gran ciudad. No me avergüenza reconocerlo, mi persona estaba a punto de descubrir la grandiosidad de la capital, tal como hacía Paco Martínez Soria. Mi amigo me hace ver que ese sentimiento es común a todo el que visita la ciudad por primera vez y lo hace en sucesivas ocasiones. Parece ser que yo no soy el único impresionable. Hay que aprovechar el tiempo que se nos viene encima y es caer del autobús y empezar con el turismo.

Primera parada, Plaza de España. La estatua en honor a Cervantes me hace sentir como mi amigo Isco me susurraal oído que el quijote es la obra cumbre de la literatura mundial. Parece ser que no sería el único impresionable.

Gran Vía. Intento mostrar indiferencia, pero la impresionante avenida repleta de cines y teatros me deja perplejo. Me siento como el Tío Gilito nadando en monedas. No se donde mirar, no se que hacer, solo sé usar la cámara de fotos. A cada minuto aumenta mi parecido con un nipón, mis ojos están a punto de rasgarse por completo.

La Puerta del sol, el punto cero, el afamado cartel publicitario de Tío Pepe y los balcones más caros del país, desde donde cada fin de año el presentador de turno nos confunde con los cuartos, me parecen tan cercanos que tengo la sensación de haber pasado allí toda mi vida. Un oso erguido sobre un árbol…¿de qué demonios me suena eso?

La Plaza Mayor me deja sin palabras, además de por ser una maravilla, por lo caro que esta el café( pensaba que te lo serviría el propio Juan Baldés). Salimos por unas de sus puertas y charlando de lo “bien” que nos va la vida y lo aburrida que es, alcanzamos la Almudena y el Palacio Real. En un vistazo, como un turista más. Mi llegada ya ha tenido recompensa y de camino a casa me doy de bruces con el Senado. Agradable sorpresa, ya que me demuestra la existencia de tal institución, al menos recreada en un edificio. Soy como un reportero del CQC, pena que no alcanzara a ningún senador.

Hay que recoger a Bárbara en el hospital La Paz y la noche ya se nos echa encima. La oscuridad me deja ver la grandiosidad de alguno de sus edificios más modernos, construidos, como las famosas Torres Quio, que parecen caer sobre el asfalto, y en construcción, como los que se encuentran en los antiguos terrenos deportivos del Real Madrid. Vamos de tapeo, por que en Madrid también se tapea, a un elevado precio, pero también se tapea. La zona se llama la Latina.

“Bárbara, este capullo quiere ir a chueca, seguro”, dice mi graciosillo amigo entre sonrisas maliciosas y cómplices. “Sí, claro que me apetece ir a tomar algo a chueca, no pienso irme de esta ciudad sin hacerlo. ¿Qué pensaría Juanlu de mi?”. Y a Chueca fuimos. Y he de reconocer que habría necesitado mucho más tiempo para sacar una favorable conclusión respecto a la zona gay por excelencia del país. Supongo que ese será un buen motivo para volver. Eso sí, a cada paso un restaurante, uno para cada día del año y uno más para el año bisiesto. Me encanta.

Son las 4 de la mañana y el precio de la bebida no nos permite estar más ebrios. Creo que ya es hora de volver a casa. Encaminamos nuestro paso hacia Cibeles. Pasan media hora de las cuatro de la madrugada y el tráfico es tan intenso que parece hora punta. En Madrid siempre lo es. Las calles son una marabunta de gente, cual hormigas hacia un gran hormiguero. El edificio de correos, precedido por la diosa, es de los más hermosos que he visto en mi vida. Volvemos a casa, la noche es fría y el día que ya se avecina se denota igual de intenso.

Bárbara trabaja a mediodía por lo que el invitado almuerza en casa con la pareja. Situación que aprovechan los recién casados para reprobar mi falta de asistencia a la boda. Reproche que aderezan con fotos y video. Me lo merezco. Pero me gratifica verles felices.


La propuesta de la tarde es bien simple. Damos una vuelta por el barrio de Chueca y lo que por la noche era una zona de marcha se convierte ahora en el mejor lugar para disfrutar de la tarde. Pedir un café con hielo se hace complicado, no todo iba a ser tan fácil. Salimos de chueca y nos cruzamos con un imponente edificio, sede del Instituto Cervantes. Vamos por el paseo del Prado, dirección a Neptuno, Dios del mar, flanqueado por el museo thyssen-Bornemisza, museo del Prado y los Hoteles Palace y Ritz, el Madrid monumental. A lo lejos puedo ver la estación de Atocha y en mi memoria aquellos que ya no están. El paseo de esa tarde se me acumula en los pies, no hay momento para el descanso. Son pocas horas, pero aprovechadas al máximo.

Madrid es cosmopolita, multicultural y racial, de eso no cabe duda. Pasear por sus calles es como hacerlo por las de otros países y a cada paso tus rasgos se hacen cada vez menos comunes. Es muchas ciudades en una, es la gran ciudad.
Mi última noche se reduce a cenar en un restaurante poco común, de paredes acolchadas y tenue luz anaranjada. Restaurante que nunca olvidarás porque es al que llevarás a los amigos una vez que vuelvas a Madrid.

Ya es lunes. Salgo a las nueve de la mañana de la Estación Sur y me pierde un sentimiento de rabia por no disponer de más tiempo. Siento que me he perdido mucho de esta ciudad, pero ya me he ganado parte de ella y ella me ha ganado a mí. Si viviera allí, lo haría por encima de mis posibilidades y eso es algo que no me puedo permitir. Todo lo que buscas está en Madrid y no es un eslogan publicitario.

Me esperan otras seis horas de viaje y lo hago prácticamente solo, aferrado a la idea de volver pronto, de volver a pecar de impresionable y sentir que soy dueño de Madrid. 39 horas y 23 minutos pisando esta ciudad me ha sabido a mucho y ahora necesito más. Necesito sentir como Madrid se prepara para mi nueva visita y me recibe como sabe hacerlo, como en “Bienvenido Mr. Marshall”, a lo grande, tal y como es.

Jesus Díaz

4 comentarios:

Sr elixis dijo...

Nunca me canso de ir a Madrid, aunque más que a Madrid... es a Chueca jajajaja las tres ultimas veces que fui no sali de alli. ¿sera por el asfaltado de las calles?

Anónimo dijo...

Madrid es una ciudad impresionante... es grandiosa. Y si es en buena compañia mucho mas a que si? A mi me enamoro en su momento tambien y es una buena opcion de escapada cuando encontramos un huequecito en nuestra agenda. Me alegro de que disfrutaras del viaje. Un besote

Anónimo dijo...

Así es Madrid, siempre tiene algo nuevo que descubrir. La vida no sería tan bonita si no fuésemos impresionables. Un besazo

Anónimo dijo...

Madrid es una ciudad impresionante. Es gracioso que todo aquel que vive en ella necesita escaparse de alli de vez en cuando para encontrar paz y tranquilidad, mientras que el resto estamos deseando que esa vorágine de opciones visite nuestras ciudades y las haga tan divertidas como pueda ser la capital. ARI