07 septiembre 2006

Me gusta tomar postre

Hoy, mis queridos imbéciles, removamos conciencias. Un calluco, dos callucos, tres callucos y mi amigo me dice que no hace un viaje en crucero porque se marea. Es ley de vida señores. El rico no soporta el balanceo de un barco casi insumergible y el pobre reza porque el mareo sea lo peor que le pase en su crucero, a bordo de una barcaza de madera, más que sumergible, y en la que achicar agua resulta el mejor de los pasatiempos.

Almuerzo cada día acompañado de cientos de inmigrantes desesperados y me pregunto la razón por la que se permiten despiadado viaje. Yo no lo haría. Pero tener una copa de tiramisú como postre es una muestra evidente de mi negativa a hacerlo. No tengo esa necesidad. Y la necesidad es la única respuesta. Ellos viajan arriesgando todo lo que la vida les ha dado, que es poco, para tener algo más de lo que ya tienen, que es nada. Huyen de la miseria como nosotros lo hacemos del conformismo. Les aseguro que en su pellejo, también lo haríamos.

Me pregunto entre cucharada y cucharada del delicioso postre que razón les atrae a querer vivir nuestras vidas. La vida en este país no es penosa, no se vive mal, pero reconozcamos que nos gustaría vivir mejor. Cuanto más se tiene, más se quiere. Cuando no se tiene nada, todo se arriesga y nada se teme perder. Supongo que para ellos mantenerse con vida ya es lograr algo y nuestras vidas a través de sus cansados ojos es más de lo que habrían soñado nunca. No creo en el efecto llamada, eso es una falacia. Cuando uno corre de desesperación para huir de la miseria en la que vive no se detiene a pensar hacia donde va, solo que se va de donde no es posible vivir. Cualquier lugar es mejor.

La inmigración enriquece, enriquece social y culturalmente el día a día de un país. Pero su descontrol empobrece aún más las agotadas vidas de los que emigran y enriquecen la equivocada idea de un mundo mejor.
Terminando mi postre me recuerdan el número de muertos que flotan en las aguas del Atlántico y me pregunto como evitar lo que a día de hoy parece inevitable. El problema no radica aquí, el problema nace allí de donde vienen, del lugar donde encuentran la miseria y alimentan la desesperación de huída, donde surge de la imposibilidad de supervivencia y la desesperación por sobrevivir. La solución, nada fácil, conduce a desterrar todo ese espanto y desesperación. Hacerles ver que la huida no conduce a una vida mejor, que a largo plazo es un engaño para sus esperanzas y cuando la esperanza se pierde uno ya está muerto, flote o no en el atlántico. Difícil misión, pero no imposible.

Acabo mi postre y su intenso sabor me dura toda la tarde. Solo pienso en volver a almorzar para saborearlo de nuevo. Lo mejor es que se que lo haré. Y mi amigo dice que no hace un crucero porque se marea.

Jusus Díaz

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si es que no se puede ser mas original que tú!!!. Creo que es la primera vez que leo a alguien que compare el tiramisú y la inmigración, todo mezclado, siendo capaz de jugar con el sabor dulce de uno y la realidad amarga y desoladora de los otros. Que mas decir, realmente a veces este mundo si que es una mierda!!. Muy bueno jesusito. ARI

Anónimo dijo...

Este tipo de inmigracion me da asco en todos los sentidos.

Anónimo dijo...

hay que estar en el pellejo para saber qué se siente y cómo actuaríamos. Cuando tus necesidades están cubiertas tienes otros problemas, y si no los tienes, los inventa. Nadie se juega la vida si lo que deja atrás es peor que la propia muerte. Tampoco debemos olvidar una cosa: hace años, nosotros fuimos inmigrantes.